IV.- The Marcel's “fuckin head” experience
- Escucha -le dije a Lucía aquella tarde de invierno de 1996, un poco confundido pero con la seguridad de que lo que estaba haciendo era lo mejor.- Para empezar, tienes que darte cuenta y entender de que yo soy una mierda. No veo por qué dices que nos entendemos y que podemos llegar algo si seguimos con esto. Es simplemente absurdo, incoherente. Es una mierda...
Regresaba de la academia donde estudiaba supuestamente para ingresar a la Universidad. Ella y yo nos habíamos encontrado en un parque de Miraflores cerca al colegio religioso donde ella cursaba el tercer o cuarto año de secundaria. El parque donde estábamos sentados (en una banquita de concreto un poco maltratada por los años) había un pobre chico que corría y daba vueltas y vueltas alrededor nuestro en la vereda. Llevaba un polo de cachaco y tenía corte militar.
Desde donde yo me encontraba lo veía triste y aburrido de todo.
- Ahora te pones a llorar -le dije a Lucía- pero mañana me lo vas a agradecer, ¿entiendes por qué?
- ¿Por qué?
- Porque sé que el mundo da muchas vueltas y que tarde o temprano nos vamos a reencontrar, y no será para retomar esta relación ¿me entiendes?. Siento que, en determinado momento (tengo fe en ello) te darás cuenta de que lo mejor fue separarnos y ser sólo amigos...
- Vamos, Marcel -dijo más tarde, entre sollozos- ¿por qué no me dices de frente que estás aburrido de mí, que ya no te gusto y que has conseguido otra mejor que yo...?
Había conocido a una chica muy hermosa que me coqueteaba conmigo y fumaba cigarrillos caros y veía películas francesas todo el tiempo.
- Sabes que no es así.
Lucía era bonita. Debajo de su uniforme verde y cuadriculado había un cuerpo ya formado. Había tenido la esperanza de que con el pasar de los años Lucía sería un bombón. Pero ahora tenía granos y lo que yo buscaba era algo más... ¿cómo decirlo? Algo más maduro, intransigente e irresponsable.
Por un minuto volví a pensar en cuando Lucía y yo nos conocimos, y casi pude ver a aquella chica que se mordía los labios y jugaba con su lapicero al momento de verme hablar y decir cosas importantes.
Pero a aquello le faltaba emoción. Estaba bueno salir con Lucía a caminar y pasear por Centro Comercial y comprar helados. Saludar a sus padres y comer algo cada vez que la iba a dejar a su casa, en los Álamos. Decir que era mi novia mientras ella sonreía y ocultaba algunos de los barritos que le salían constantemente en la frente, en la nariz o en la boca, cada vez que le venía la regla. Pero eso no era suficiente, lamentablemente, para mí al menos no lo era...
- Pero Marcel -Lucía elevó el tonito de su voz- nunca estuve con alguien tanto tiempo... nunca quise tanto a otra persona...
- De verdad lo lamento.
Hubo una pausa larga en la que me dediqué a mirarme los zapatos.
- No. Marcel. No es cuestión de lamentarlo. -Lucía acabó con un paquetito de Kleenex y sacó de su mochila otro nuevo- No quiero tu pena. No me interesa. -Y después- He perdido nueve meses de mi vida con alguien que simplemente no me quería. Con alguien que un día vino y me dijo: se acabó.
El cielo había empalidecido.
- Mira, Lucía, yo nunca he querido hacerte daño. Tú lo sabes. Me conoces. Soy una persona demasiado inestable como para seguir con esto.
Lucía volvió a lagrimar. Ahora estaba quieta y no seguía ningún patrón. Por un minuto pensé que estaba meditando. Finalmente dijo:
- Te odio.
El chico que corría desapareció. Las aves volvieron a sus nidos. Algunos aviones atravesaron de par en par el cielo de Lima.
- Yo quiero ser escritor. -Y en seguida- Creo que no puedo seguir más contigo. Ya no puedo soportar más esto.
Lucía levantó su pequeña mochila verde y se fue.
Era joven. Escuchaba Bob Dylan. Me emborrachaba rápido y me enamoraba igual. Luego vinieron días horribles en los que no pude dormir, y esto cambió mi rutina. Empecé a escuchar Nueva Ola por AM, y los lunes se volvieron sábados. Empecé a fumar cigarrillos más de la cuenta. Un día, en la academia, me di conque me dolía terriblemente la espalda y pensé en mis adoloridos pulmones. Pobres pulmones. Comprobé que ya no aguantaba tanto tiempo dentro del agua en la piscina de un amigo, y decidí dejar de fumar. Estaba en esas cuando Marc (mi amigo de la infancia, el de la piscina) me presentó un día soleado de verano a un viejo compañero suyo de su promoción. Se hacía llamar Billy y este amigo suyo, Billy, me aconsejó fumar más hierba. Yo me reí y le dije:
- Claro. A mí me gustaría fumarme ahora mismo un tronchito...
Así que salimos a pasear. Yo no fumaba mucha marihuana entonces, aunque escuchaba Bob Dylan y también escuchaba Lou Reed. Tenía el video completo de Woodstook en VHS que nadie tenía, porque la red de redes (el Internet) aún estaba en pañales. Había conseguido en Quilca un casete pirata de Pet Sounds de los Beach Boys que aquí es imposible de conseguir. Pensé en ello y le dije a Billy, muy serio:
- Rayos, dónde es que consigues moños tan buenos.
- Bueno... Ehhhermano... La ganya no se vende, tú sabes, es un regalo de Dios.
Marc y yo nos miramos.
- Entonces me estás diciendo que tú mismo la cultivas.
Billy hizo una pausa, seguía fumando.
- Hermano... la ganya es un regalo de Dios.
- Sí, eso ya lo dijiste. Pero, lo que te pregunté hace un rato es que dónde la consigues.
Billy le dio una fuerte pitada a su enorme varulo. Su cabeza estaba repleta de dreads y hablaba con pequeñas pausas. Era un tío realmente molesto.
- Uyy... bueno, qué más da. Les daré el número...
Así conseguidos el número de Pete, cara de chulo. Un dealer que realmente la movía y vendía marihuana a partir de diez dólares. También vendía una excelente cocaína a veinte soles el falso y Billy nos prometió calidad. Al menos en cocaína. Solo nos dijo que tratáramos con cuidado al sujeto. Que a Pete, cara de chulo, le patinaba el coco. Andaba un poco trastornado desde que mataron a su hermano a golpes frente a la embajada de España. Era una cosa de locos.
Así que Marc y yo nos reímos y decidimos comprar una buena cantidad de esa hierba tan verde y dulce que nos había prometido Billy. Decidimos comprar por primera vez marihuana.
- Vamos, Marc. Apúrate.
Fue un día raro. Me desperté demasiado tarde y llevaba conmigo la misma ropa con la que había dormido. Recién empezaba a dormir en el segundo piso que arreglaron mis padres para mí solo, encima de ellos. Así que hacía prácticamente lo que quería. Recuerdo que yo les había dicho: “Es todo, me largo”, y ellos dijeron: “Perfecto, vivirás arriba”. Creo que fue la vez que escuché tres veces seguidas “Like a Rolling Stone” y quise recorrer Estados Unidos como Jack Kerouac en los años cuarentas.
- ¿Por qué te demoraste tanto?
Marc salió disparado. Vestía una ropa de baño vieja y un bibidí blanco.
- No sabía qué excusa darle a mi viejo.
Se empezó a morder una uña mientras caminábamos. Ya esperaba malas noticias de parte suya.
- ¿Y conseguiste el dinero?
Marc rebuscó en su billetera.
- No. Solo tengo diez soles.
- ¿Y ahora?
Dimos vueltas alrededor del parque César Vallejo.
- Vamos a casa nomás. Hace un calor de mierda.
- No. -Le dije- No quiero volver a casa y pensar que todo es igual.
Se me ocurrió una idea.
Una tarde fría de agosto del año 2000 se fue la electricidad en gran parte de la ciudad. Los apagones son jodidos y difíciles de sobrellevar. Cuando uno está acostumbrado a ellos, es muy normal; pero cuando se te presentan de improvisto sueles maldecir: se te apaga la televisión, ya no hay música, no puedes leer (por lo general) y te tropiezas. El hielo de las refrigeradoras viejas como la mía se te puede derretir e inundar la habitación...
Recuerdo que se hacía de noche, aquella vez, y escuchaba viejos discos de Bob Dylan frente a mi ventana, mientras leía un fragmento de un libro viejísimo de Tom Sharpe (divertido y alocado) cuando de pronto ¡shhh! se paraliza todo y me quedo a oscuras, susurrándole a la pared...
Mi primera impresión fue dejar que la luz de invierno se infiltrara por mi ventana. Lo siguiente, fue intentar llamar a mi familia sin mayores resultados. Un último intento de librarme de la pereza o de dormir, fue salir y mirar las expresiones de la gente y de la calle. Había cierto movimiento a oscuras, habían ciertas sombras abiertas que atravesaban la calle de un extremo a otro. De pronto ya no había más línea telefónica. En la avenida Precursores, colindante con el pasaje donde vivo, en un segundo piso, había cierto desorden vial...
Cogí algo de dinero y salí a comprar velas.
En el camino, como resultado de los últimos segundos de luz, escuché un grito. Caminé un par de metros y volteé.
- ¡Marcel!... ¡Marcel!
¿Me estaría volviendo loco?
Apuré el paso. No es grato hablar con extraños en pleno apagón. Poco a poco la penumbra se fue apoderando de la calle y del universo.
Gustavo y Walter me abordaron. Ambos reían estrepitosamente.
- ¿Qué hay, muchachos? -Les pregunté, un tanto confundido por todo.
- Ahí...
Ambos parecían estar muy pasados. Creo que era viernes o algo por el estilo. Yo llevaba una casaca azul que sujetaba con todas mis fuerzas. Recuerdo que corría un viento terrible y estaba angustiado debido a la oscuridad y todo ese rollo. Sin embargo, ellos parecían estar de lo más normal.
Gustavo comentó:
- Estábamos haciendo un trabajo en casa de un tío que es recontra ebrio. Nos invitó vino, y luego... el apagón. Ya sabes, ¡ja, ja, ja! -Gustavo reía-. Al final no hicimos nada.
- ¿Tú qué hacías, Marcel? -Preguntó Walter.
- Masticaba un chocolate -le respondí.
Llegamos al parque César Vallejo. Ya era casi de noche...
- Naaaada... -dije en tono casi burlón-, escuchaba música... nada más.
Pensé por un minuto en mi familia. De repente, después de mucho tiempo, sentí algo de nostalgia, pena y preocupación por todo. De igual manera, pensé que debería hacer algo. Ir a la Universidad, como ellos decían. Imaginé cómo estaría ahora si hubiera llamado a la puerta de los señores Beltrán a preguntar si ellos tenían velas. Quizá me hubieran invitado a pasar y hubiéramos bebido té. La señora suele pintar cuadros. Sin embargo, ese sentimiento no duró demasiado.
Las calles vacías y sin luz crepitaron como una cucaracha al despertar. Los automóviles cada vez más confundidos viajaron en diferentes direcciones a la vez. Una vez en la bodega, compré un par de pilas y cinco velas. Gustavo y Walter compraron cerveza en lata. Gustavo y Walter la abrieron. En el parque, a oscuras, nadie veía nada. Saqué una pelotita de hashís y nos pusimos a fumar en mi pipa. Los tres tosimos fuertemente.
Entonces surgió la estúpida idea de ir a la casa de Walter.
- ¡Está lejos! -grité, fuertemente desanimado.
- Cruzando la avenida Panamericana -señaló Walter-, está cruzándola a dos cuadras.
- Oye ya pues, Marcel -alegó Gustavo-, hace tiempo no hacemos nada divertido. Comemos y ya. Yo también tengo que ir a mi casa.
- Están locos -les dije- hace frío. Todo Surco está a oscuras, por Dios...
- Eso es lo de menos... -dijeron.
En la avenida Panamericana no habían demasiados carros qué esquivar, y sin embargo los que pasaban lo hacían con una velocidad impresionante. No habían luces, solo lográbamos recibir la luz de los faroles de los autos. Gustavo corrió primero y tuvo éxito. Era cosa de calcular y hacer pautas, nada más. Se detuvo tres veces. Walter hizo lo mismo. Finalmente me animé a hacerlo.
Me cogí de los huevos y corrí. Corrí. Corrí. Me detuve. Los autos ahora iban en dirección contraria. Esperé un intervalo considerable. Cerca de dos minutos. Un camión cisterna me hizo sudar a mares. Me deshice de mi casaca azul. Me la quité. Una vez que pasó el camión cisterna, el ruido seguía siendo ensordecedor. Corrí, y transpiré. Me demoré otro tanto.
Por un minuto pensé que no lo iba a lograr.
- ¡Esa gente!
- Qué hay Marcel.
Dedo y El Men me miraron desconcertados. Entonces aún eran casi unos niños.
- Ahí -dijo Marc- ¿qué planes?
- Nahh... Estábamos buscando algo qué hacer. -Dedo era sumamente flaco y su pelo era marrón y desordenado. Su cara era larga y graciosa. Vestía polos muy grandes y pantalones también muy grandes.- ¿Y ustedes, qué piensan hacer?
El Men se dedicaba a fumar cigarrillos y a andar todo el tiempo metido en la capucha de su sudadera marrón.
- Bueno. Nosotros íbamos a comprar, ya sabes. Algo de marihuana...
A Dedo se le iluminaron los ojos.
- ¿En serio?
- Sí... es solo que no tenemos suficiente dinero.
El Dedo miró a El Men. El Men siguió mordiendo su encendedor con la mirada perdida.
- Eh, ¡eh! ¿Y si yo pusiera lo que falta?
- Bueno, sería excelente.
- ¿Me darías mi parte?
- Claro que sí.
Creo que a Dedo le decían Dedo porque se tenía el dedo al culo...
- Bueno, bueno -dijo Dedo- pero yo no fumo mucho.
- Ni yo.
- Entonces vamos a mi casa. Ahí tengo algo de dinero. ¿Cuánto es lo que falta?
- Un minuto -dijo El Men.
- ¿Qué? ¿Qué sucede?
El Men no llevaba consigo aquella sudadera marrón, pero cuando la llevaba puesta se metía en su capucha y parecía ALF en aquel capítulo en el que se lo llevan a la NASA. Creo que era la primera vez que lo escuchaba hablar.
- Yo también voy a poner.
- ¿Qué? -Gritó Dedo- Yo no sabía que tú fumaras.
- Es igual. -Dijo El Men- ¿Cuánto tengo que poner?
- No lo sé -musité, mirando el parque.- ¿Cuánto es lo que va a poner cada uno?
Ambos me miraron desconcertados.
- Hagamos una cosa. Tenemos que reunir 35 soles. Marc pone 10, y yo pondré 10. Entre ustedes dos, pongan 15. Tomando en cuenta llamadas y todo eso.
Dedo y El Men se miraron.
- Escucha -propuso Dedo haciendo un ademán extraño con sus manos y con todo su cuerpo.- Van a comprar 10 dólares, no.
Marc y yo nos miramos.
- Así parece.
- Y si entre... El Men y yo... hacemos... 10 más.
- ¿Qué, 10 dólares más?
Marc y yo nos miramos.
- Asu, ¿tanta hierba?
- ¿Tú qué dices, Men?
El Men se había vuelto a meter su encendedor anaranjado en la boca.
- Creo que me parece bien.
Entonces tomamos el dinero y caminamos en dirección a su casa.
Llegó el día en el que tuve que meterme a ese asqueroso edificio, donde supuestamente ingresaría a la Universidad. En el transcurso de los meses que habían pasado ese año sucedieron muchas cosas. Me metí con Lucía. La conocí un día de fiesta en casa de unos tíos (creo que Lucía es una especie de pariente lejana, o algo por el estilo, pero ella no lo sabe, y sus padres tampoco lo saben) y luego terminé con ella. También me enamoré de una chica hermosa que sacaba copias en los alrededores de la Universidad Ricardo Palma mientras yo imprimía la primera parte de lo que era mi primer intento de novela. Tuve ganas de hablarle, pero no lo hice. Y en fin, no es nada importante y sería inútil hablar de ello.
Terminé de leer libros que me sirvieron como herramientas claves para escribir por primera vez una novela. Estaría ambientada en la década de los sesentas, en Estados Unidos. Y sería una especie de fantasía, de vivir en una época en la que me hubiera encantado vivir. Y empecé a vestirme como mis personajes y la gente empezó a mirarme extraño. Me volví vegetariano. Luego mis padres me enviaron a vivir arriba. Pensaron que estaba loco. Aproveché al máximo mi soledad para escribir a mano mientras ellos pensaban que yo estaba estudiando. Luego subirían la PC y sin decirle nada a nadie pasé en limpio aquellos primeros capítulos.
Finalmente un día pasó lo que tenía que pasar, y me llevaron a aquel horroroso edificio que para mí sólo significaba otro gran pedazo de estableshment más hecho concreto. Me llevaron en carro y me desearon mucha suerte en la puerta.
- ¿Qué parte de “yo no quiero ingresar a la Universidad” no entendieron?
- Suerte, mi amor.
Amaba a mi mamá, aún la amo, pero entonces pensaba que ella nunca me iba a entender, y como máximo signo de desprecio y venganza y rebeldía hacia todo me limité a largarme de aquel lugar para siempre sin interesarme por nada en el mundo.
- ¿Qué pasó, Marcel?
Justo tenía que encontrarme con mi viejo en la entrada del pasaje donde quedaba mi casa.
- ¿Estuvo tan rápida la cosa?
- No estuvo nada, papá. -Le dije, muy serio.- Simplemente no lo di.
Fue la crisis más grande del mundo. Nunca vi a mis padres tan decepcionados conmigo. Como muestra de mi desinterés generalizado, subí y me dediqué a escribir todo lo que quedaba de aquel día de verano. A la mañana siguiente no me dirigieron la palabra.
Empecé a leer “Loca sabiduría, la historia de la generación Beat” que ellos mismo me habían comprado. Finalmente, después de leerlo en tiempo record, me convencí de que lo que había hecho era lo correcto. No iba a ser un universitario más; yo soy un artista.
Pero artista es un término muy usado, muy manoseado por todos. Yo una vez conocí a un tío horroroso que tintaba cuadros horribles y decía que era un artista. También hay tíos locos que hacen adornos raros con plástico y dicen que es arte. Por mi parte, yo siempre he pensado que las tres formas más importantes de arte son la literatura y la música. Todo lo demás está muy por debajo de estas dos ciencias puras.
Por otro lado, yo siempre me he considerado un instrumento que solo sigue un camino predeterminado en la vida. Un instrumento de Dios. Y esto es ser un artista. Pero lo que yo necesitaba en ese momento no era otra cosa que un buen paco de excelente hierba en mi haber. Así que llamamos a Pete, cara de Chulo, desde un teléfono público, un tanto alejado de nuestras casas.
- Aló, ¿Pete? ¿Pete?
- ¿Quién habla?
- Un amigo.
La comunicación estaba terrible. Se oían chasquidos y una especie de interferencia local.
- ¿Un amigo?
- Así es.
- Yo no tengo amigos.
Dedo y Marc estaban muy impacientes, El Men prendía otro cigarrillo sentado al borde de la vereda.
- Rayos, sólo quiero comprarte dos paquitos de diez.
- ¿Diez qué?
- Diez dólares, pues. Me dijeron que solo vendes en dólares.
- ¿Cómo te llamas?
- Marcel.
- ¿Dónde estás?
- Cerca al parque frente al colegio Santa María.
- ¿Cómo estás vestido?
- ¿Eh?
La máquina marcó un pito. Me apuré en meter otra moneda.
- ¿Qué como estoy vestido?
- Sí.
- Llevo un buzo, un polo blanco. Sandalias
- ¿Y qué más?
- Estoy con tres amigos. Uno lleva un bibidí y una ropa de baño, y también lleva sandalias.
- Okay, espérenme allí media hora. Frente al colegio Santa María.
- ¿Media hora?
- Sí... ¿20 no?
- Así es, 20.
- No demoro.
Colgué y nos dispusimos a esperar.
Invierno de 1996. Hablaba con Milagros en aquella academia tan horrible, un lunes cualquiera de un frío estremecedor. Ella era como un lunar en la clase, era una chica de verdad muy simpática de cuerpo delgado y una sonrisa enorme. No fumaba cigarrillos caros ni veía películas francesas todo el tiempo. Era más que otra cosa una chica muy simple y habladora, que conversó conmigo un par de veces antes de tomarme confianza. Luego me negué a dar el examen de admisión y (esto lo supe más tarde) ella ingresó en buen puesto. Su carrera era Medicina, siempre me habló de su vocación y yo le hablé de la mía. No sabía nada de literatura así que desde un principio estuvimos condenados a hablar de otra cosa. Luego, un martes sin teléfono de noviembre, angustiado de leer siempre lo mismo, la busqué a su casa por la noche. Nunca había hecho tal cosa, sin embargo conocía un tanto el lugar. Su casa quedaba en una esquina de Miraflores y era un lugar muy bello, de ventanas grandes y un pórtico. Algunas luces iluminaban la entrada.
- Hola.
- ¿A quién busca?
- Busco a Milagros.
El papá de Milagros asintió.
- Claro, por supuesto.
Se fijó en la hora. El viejo parecía despistado y cojo. Llevaba, si mal no recuerdo, la ropa del trabajo y un periódico. No sonreía. Adentro, el ambiente era agradable, se respiraba otro tipo de aire y había un reloj sumamente viejo que podía ver desde la entrada. Todo lo demás era como blanco y dorado.
- ¿No crees que es un poco tarde?
Yo estaba despeinado y sucio. Todavía me vestía como hippie.
- Son las nueve -balbuceé.
- Sí, ya lo sé. -El viejo me dio la espalda.- Espera aquí un momento.
Y creo que entró buscándola.
Era un auto deportivo blanco. Se estacionó en la esquina que daba justo frente al parque y me hizo una seña, creo que apenas me vio me reconoció.
- Pete.
- ¿Cómo estás?
Le entregué los veinte dólares.
- Muy bien, hermano.
Pete, cara de chulo, me entregó dos bolsitas llenas de cocaína. Era mucha cocaína brillante. Había otro tipo, al que creo no vi o no me fijé bien pero que con seguridad llevaba el pelo rubio hasta los hombros y estaba demasiado drogado.
- Pete, te has equivocado.
- ¿A qué te refieres?
Pete estaba muy apurado.
- Lo que yo te he comprado es marihuana no esta porquería.
Pete, cara de chulo, se ofuscó.
- Mira, huevón, esta no es una porquería de mierda, es la mejor coca de Lima imbésil.
El otro tío, el que cabeceaba, susurró:
- Ahhhhh...
Pete, cara de chulo me metió en el deportivo blanco y aceleró la marcha. Casi no alcancé a hacerle una seña a mis amigos.
- ¿Y ahora?
- Mierda, ¿quieres marihuana, ah? En serio no quieres las bolsitas... son de primera huevón.
Me sentí muy confundido.
- Yo lo único que quiero es fumar.
Abrí una de las bolsitas y caté la calidad del producto.
- ¿Qué tal?
- No siento mi lengua.
- Buena, ¿no?
El tío que cabeceaba se reía y repetía palabras como un loco.
- ¿Qué le pasa?
- Se ha metido un trip.
- Oh, ya veo.
- Mira, ¡huevón! Mira lo que hago por ti. -Pete, cara de chulo, gritó- Iré a casa de un amigo cerca a la avenida Aviación. Allí conseguiremos tu hierba, ¿okey?
- Sí, muy bien Pete.
- Hijo de puta. No me digas Pete. Dime tío.
- Okey, tío. -Y en seguida, al otro sujeto- Oye, hermano, cómo es que se siente estar en trip.
- Piugishoy2isyh82yxknkkjapk{a.
- Ya veo.
Pasamos junto a una Pathfinder. Pete fumaba cigarrillo tras otro. En seguida cuadró en una esquina y se metió con un espejo y con una cañita un par de rayas. Bajó del deportivo blanco y me dijo que tuviera cuidado con el loco.
Tocó el timbre de una casa de rejas negras. Un par de señores de edad salieron. Negaron la presencia de alguien. Pete, que en realidad en ese momento tenía una cara de chulo terrible, se puso sus anteojos de sol y esperó detrás del auto. Los señores de edad abandonaron el lugar en un Ford de antaño. En seguida salió alguien de la casa. Estaba en pijama. Pete y él acordaron algo. El tipo se metió en la casa y Pete terminó de fumar su cigarrillo.
- ¿Qué pasó?
- Viene con el paco.
El tipo de la casa salió apurado con una bata encima. Se metió al carro y celebró el estado de su amigo, el chico del ácido. Luego me enseñó el paco.
- ¿Qué te parece?
- Hummm, se ve muy buena pero creo que por veinte dólares es poco.
El tipo de la bata rió.
- Le parece poco.
Todos rieron. Pasamos por un parque que nunca había visto en mi vida. El tipo de la hierba buena pero escasa prendió un enorme cigarro de marihuana. Todos fumamos. El parque donde estábamos había sido hacía poco, según contaron ellos, escenario de una emboscada brutal. Habían allanado y perseguido allí mismo al antiguo proveedor de hierba de la zona. Muchas camionetas Pathfinder y muchos polis sueltos. Muchas llamadas telefónicas por cobrar y muchos cableados por donde se escaparon voces. Terrible, pero era lo que más les convenía a ellos a la larga. Muy pronto no tuve duda de nada.
- ¿Y qué dices?
- Me la llevo.
- Excelente.
El tipo de la bata me dejó su número para el futuro. Se llamaba Gabriel. Bajó del carro con su pijama, sus sandalias y su bata. Se había guardado las bolsitas de cocaína en uno de sus bolsillos, inmediatamente se largó a su casa. A mí Pete, cara de chulo, me insultó antes de bajar de su deportivo blanco por haberle ocasionado tantas molestias. Yo le dije:
- Vamos, Pete, mi intención no fue molestarte.
Pete, cara de chulo, lanzó gritos aún más fuertes desde la ventana de su deportivo color blanco. Me dijo púdrete chibolo huevón, hijo de puta, reconchetumadre, afeminado de mierda.
- Paz y amor -le indiqué, con una seña.
- Y feliz Navidad ¡conchetumadre!
- ¡Oye, Marcel!
Supongo que yo era la última persona que ella esperaba ver.
- A los años.
Milagros me proporcionó un efusivo abrazo. Por un segundo creí no estar tan solo en el mundo.
- ¿Cómo estás? -Le pregunté.
- Bien, muy bien. ¿Y tú?
- Ahí. ¿Qué estabas haciendo?
- Estudiaba un rato.
Milagros se acomodó el pelo y sonrió. Me miró con un par de ojos soñadores.
- ¿Y qué te trae por aquí?
- Nada, sólo quería saber cómo estabas.
- Escuché que no diste el examen...
- Lo perdí.
- ¿Cómo que lo perdiste?
- Es que llegué tarde.
Milagros se sentó en una de las gradas. Esperó un par de minutos y luego rió.
- No te creo.
- Es cierto.
Milagros se mordió una uña. Habló un par de minutos de gente que conocíamos en común. Todos habían ingresado a la Universidad. La verdad, el examen de admisión no era un reto para mí. Finalmente le dije que me sentía muy solo.
- No sé qué hacer -dije.
Milagros estiró sus brazos hacia el cielo infinito y las estrellas. Un poste de luz nos iluminaba con un extraño color blanco.
- Todos nos sentimos solos. Siempre.
Esa no era una respuesta.
- No sé. Milagros, tú no entiendes. Yo realmente estoy solo en el mundo.
Por una de las ventanas de su casa todavía podía ver el ambiente de allí adentro.
- Es una cena. Mi mamá y unas amigas suyas del colegio...
- Claro...
- A qué te refieres con eso de que estás solo, Marcel.
- No sé. Estoy muy jodido y loco.
Milagros movió su cabeza de un lado a otro, dijo:
- No. No es verdad.
- ¡Es cierto!
- Nada más lo dices porque te gustaría que fuera verdad.
- ¡No!
- Claro que sí, Marcel. -Y en seguida, Milagros continuó.- A ti te gustaría ser como esos escritores a los que lees. Te gustaría estar demente e ir al psiquiatra. Te gustaría drogarte mucho hasta perder el sentido. Te gustaría estar, como tu dices, jodido y loco...
Me pregunté hasta qué punto Milagros me conocía de verdad.
- En ese caso, aún puedo intentarlo...
- ¿A qué te refieres?
- Milagros, yo te necesito.
Alguien debía recoger los pedazos rotos caídos del piso.
- No es cierto. Tú necesitarías a cualquiera que te haga sentir mejor.
Finalmente su viejo se dio cuenta que me había quedado sentado en las gradas de la puerta de su casa y me pidió que me fuera.
Regresaba de la academia donde estudiaba supuestamente para ingresar a la Universidad. Ella y yo nos habíamos encontrado en un parque de Miraflores cerca al colegio religioso donde ella cursaba el tercer o cuarto año de secundaria. El parque donde estábamos sentados (en una banquita de concreto un poco maltratada por los años) había un pobre chico que corría y daba vueltas y vueltas alrededor nuestro en la vereda. Llevaba un polo de cachaco y tenía corte militar.
Desde donde yo me encontraba lo veía triste y aburrido de todo.
- Ahora te pones a llorar -le dije a Lucía- pero mañana me lo vas a agradecer, ¿entiendes por qué?
- ¿Por qué?
- Porque sé que el mundo da muchas vueltas y que tarde o temprano nos vamos a reencontrar, y no será para retomar esta relación ¿me entiendes?. Siento que, en determinado momento (tengo fe en ello) te darás cuenta de que lo mejor fue separarnos y ser sólo amigos...
- Vamos, Marcel -dijo más tarde, entre sollozos- ¿por qué no me dices de frente que estás aburrido de mí, que ya no te gusto y que has conseguido otra mejor que yo...?
Había conocido a una chica muy hermosa que me coqueteaba conmigo y fumaba cigarrillos caros y veía películas francesas todo el tiempo.
- Sabes que no es así.
Lucía era bonita. Debajo de su uniforme verde y cuadriculado había un cuerpo ya formado. Había tenido la esperanza de que con el pasar de los años Lucía sería un bombón. Pero ahora tenía granos y lo que yo buscaba era algo más... ¿cómo decirlo? Algo más maduro, intransigente e irresponsable.
Por un minuto volví a pensar en cuando Lucía y yo nos conocimos, y casi pude ver a aquella chica que se mordía los labios y jugaba con su lapicero al momento de verme hablar y decir cosas importantes.
Pero a aquello le faltaba emoción. Estaba bueno salir con Lucía a caminar y pasear por Centro Comercial y comprar helados. Saludar a sus padres y comer algo cada vez que la iba a dejar a su casa, en los Álamos. Decir que era mi novia mientras ella sonreía y ocultaba algunos de los barritos que le salían constantemente en la frente, en la nariz o en la boca, cada vez que le venía la regla. Pero eso no era suficiente, lamentablemente, para mí al menos no lo era...
- Pero Marcel -Lucía elevó el tonito de su voz- nunca estuve con alguien tanto tiempo... nunca quise tanto a otra persona...
- De verdad lo lamento.
Hubo una pausa larga en la que me dediqué a mirarme los zapatos.
- No. Marcel. No es cuestión de lamentarlo. -Lucía acabó con un paquetito de Kleenex y sacó de su mochila otro nuevo- No quiero tu pena. No me interesa. -Y después- He perdido nueve meses de mi vida con alguien que simplemente no me quería. Con alguien que un día vino y me dijo: se acabó.
El cielo había empalidecido.
- Mira, Lucía, yo nunca he querido hacerte daño. Tú lo sabes. Me conoces. Soy una persona demasiado inestable como para seguir con esto.
Lucía volvió a lagrimar. Ahora estaba quieta y no seguía ningún patrón. Por un minuto pensé que estaba meditando. Finalmente dijo:
- Te odio.
El chico que corría desapareció. Las aves volvieron a sus nidos. Algunos aviones atravesaron de par en par el cielo de Lima.
- Yo quiero ser escritor. -Y en seguida- Creo que no puedo seguir más contigo. Ya no puedo soportar más esto.
Lucía levantó su pequeña mochila verde y se fue.
Era joven. Escuchaba Bob Dylan. Me emborrachaba rápido y me enamoraba igual. Luego vinieron días horribles en los que no pude dormir, y esto cambió mi rutina. Empecé a escuchar Nueva Ola por AM, y los lunes se volvieron sábados. Empecé a fumar cigarrillos más de la cuenta. Un día, en la academia, me di conque me dolía terriblemente la espalda y pensé en mis adoloridos pulmones. Pobres pulmones. Comprobé que ya no aguantaba tanto tiempo dentro del agua en la piscina de un amigo, y decidí dejar de fumar. Estaba en esas cuando Marc (mi amigo de la infancia, el de la piscina) me presentó un día soleado de verano a un viejo compañero suyo de su promoción. Se hacía llamar Billy y este amigo suyo, Billy, me aconsejó fumar más hierba. Yo me reí y le dije:
- Claro. A mí me gustaría fumarme ahora mismo un tronchito...
Así que salimos a pasear. Yo no fumaba mucha marihuana entonces, aunque escuchaba Bob Dylan y también escuchaba Lou Reed. Tenía el video completo de Woodstook en VHS que nadie tenía, porque la red de redes (el Internet) aún estaba en pañales. Había conseguido en Quilca un casete pirata de Pet Sounds de los Beach Boys que aquí es imposible de conseguir. Pensé en ello y le dije a Billy, muy serio:
- Rayos, dónde es que consigues moños tan buenos.
- Bueno... Ehhhermano... La ganya no se vende, tú sabes, es un regalo de Dios.
Marc y yo nos miramos.
- Entonces me estás diciendo que tú mismo la cultivas.
Billy hizo una pausa, seguía fumando.
- Hermano... la ganya es un regalo de Dios.
- Sí, eso ya lo dijiste. Pero, lo que te pregunté hace un rato es que dónde la consigues.
Billy le dio una fuerte pitada a su enorme varulo. Su cabeza estaba repleta de dreads y hablaba con pequeñas pausas. Era un tío realmente molesto.
- Uyy... bueno, qué más da. Les daré el número...
Así conseguidos el número de Pete, cara de chulo. Un dealer que realmente la movía y vendía marihuana a partir de diez dólares. También vendía una excelente cocaína a veinte soles el falso y Billy nos prometió calidad. Al menos en cocaína. Solo nos dijo que tratáramos con cuidado al sujeto. Que a Pete, cara de chulo, le patinaba el coco. Andaba un poco trastornado desde que mataron a su hermano a golpes frente a la embajada de España. Era una cosa de locos.
Así que Marc y yo nos reímos y decidimos comprar una buena cantidad de esa hierba tan verde y dulce que nos había prometido Billy. Decidimos comprar por primera vez marihuana.
- Vamos, Marc. Apúrate.
Fue un día raro. Me desperté demasiado tarde y llevaba conmigo la misma ropa con la que había dormido. Recién empezaba a dormir en el segundo piso que arreglaron mis padres para mí solo, encima de ellos. Así que hacía prácticamente lo que quería. Recuerdo que yo les había dicho: “Es todo, me largo”, y ellos dijeron: “Perfecto, vivirás arriba”. Creo que fue la vez que escuché tres veces seguidas “Like a Rolling Stone” y quise recorrer Estados Unidos como Jack Kerouac en los años cuarentas.
- ¿Por qué te demoraste tanto?
Marc salió disparado. Vestía una ropa de baño vieja y un bibidí blanco.
- No sabía qué excusa darle a mi viejo.
Se empezó a morder una uña mientras caminábamos. Ya esperaba malas noticias de parte suya.
- ¿Y conseguiste el dinero?
Marc rebuscó en su billetera.
- No. Solo tengo diez soles.
- ¿Y ahora?
Dimos vueltas alrededor del parque César Vallejo.
- Vamos a casa nomás. Hace un calor de mierda.
- No. -Le dije- No quiero volver a casa y pensar que todo es igual.
Se me ocurrió una idea.
Una tarde fría de agosto del año 2000 se fue la electricidad en gran parte de la ciudad. Los apagones son jodidos y difíciles de sobrellevar. Cuando uno está acostumbrado a ellos, es muy normal; pero cuando se te presentan de improvisto sueles maldecir: se te apaga la televisión, ya no hay música, no puedes leer (por lo general) y te tropiezas. El hielo de las refrigeradoras viejas como la mía se te puede derretir e inundar la habitación...
Recuerdo que se hacía de noche, aquella vez, y escuchaba viejos discos de Bob Dylan frente a mi ventana, mientras leía un fragmento de un libro viejísimo de Tom Sharpe (divertido y alocado) cuando de pronto ¡shhh! se paraliza todo y me quedo a oscuras, susurrándole a la pared...
Mi primera impresión fue dejar que la luz de invierno se infiltrara por mi ventana. Lo siguiente, fue intentar llamar a mi familia sin mayores resultados. Un último intento de librarme de la pereza o de dormir, fue salir y mirar las expresiones de la gente y de la calle. Había cierto movimiento a oscuras, habían ciertas sombras abiertas que atravesaban la calle de un extremo a otro. De pronto ya no había más línea telefónica. En la avenida Precursores, colindante con el pasaje donde vivo, en un segundo piso, había cierto desorden vial...
Cogí algo de dinero y salí a comprar velas.
En el camino, como resultado de los últimos segundos de luz, escuché un grito. Caminé un par de metros y volteé.
- ¡Marcel!... ¡Marcel!
¿Me estaría volviendo loco?
Apuré el paso. No es grato hablar con extraños en pleno apagón. Poco a poco la penumbra se fue apoderando de la calle y del universo.
Gustavo y Walter me abordaron. Ambos reían estrepitosamente.
- ¿Qué hay, muchachos? -Les pregunté, un tanto confundido por todo.
- Ahí...
Ambos parecían estar muy pasados. Creo que era viernes o algo por el estilo. Yo llevaba una casaca azul que sujetaba con todas mis fuerzas. Recuerdo que corría un viento terrible y estaba angustiado debido a la oscuridad y todo ese rollo. Sin embargo, ellos parecían estar de lo más normal.
Gustavo comentó:
- Estábamos haciendo un trabajo en casa de un tío que es recontra ebrio. Nos invitó vino, y luego... el apagón. Ya sabes, ¡ja, ja, ja! -Gustavo reía-. Al final no hicimos nada.
- ¿Tú qué hacías, Marcel? -Preguntó Walter.
- Masticaba un chocolate -le respondí.
Llegamos al parque César Vallejo. Ya era casi de noche...
- Naaaada... -dije en tono casi burlón-, escuchaba música... nada más.
Pensé por un minuto en mi familia. De repente, después de mucho tiempo, sentí algo de nostalgia, pena y preocupación por todo. De igual manera, pensé que debería hacer algo. Ir a la Universidad, como ellos decían. Imaginé cómo estaría ahora si hubiera llamado a la puerta de los señores Beltrán a preguntar si ellos tenían velas. Quizá me hubieran invitado a pasar y hubiéramos bebido té. La señora suele pintar cuadros. Sin embargo, ese sentimiento no duró demasiado.
Las calles vacías y sin luz crepitaron como una cucaracha al despertar. Los automóviles cada vez más confundidos viajaron en diferentes direcciones a la vez. Una vez en la bodega, compré un par de pilas y cinco velas. Gustavo y Walter compraron cerveza en lata. Gustavo y Walter la abrieron. En el parque, a oscuras, nadie veía nada. Saqué una pelotita de hashís y nos pusimos a fumar en mi pipa. Los tres tosimos fuertemente.
Entonces surgió la estúpida idea de ir a la casa de Walter.
- ¡Está lejos! -grité, fuertemente desanimado.
- Cruzando la avenida Panamericana -señaló Walter-, está cruzándola a dos cuadras.
- Oye ya pues, Marcel -alegó Gustavo-, hace tiempo no hacemos nada divertido. Comemos y ya. Yo también tengo que ir a mi casa.
- Están locos -les dije- hace frío. Todo Surco está a oscuras, por Dios...
- Eso es lo de menos... -dijeron.
En la avenida Panamericana no habían demasiados carros qué esquivar, y sin embargo los que pasaban lo hacían con una velocidad impresionante. No habían luces, solo lográbamos recibir la luz de los faroles de los autos. Gustavo corrió primero y tuvo éxito. Era cosa de calcular y hacer pautas, nada más. Se detuvo tres veces. Walter hizo lo mismo. Finalmente me animé a hacerlo.
Me cogí de los huevos y corrí. Corrí. Corrí. Me detuve. Los autos ahora iban en dirección contraria. Esperé un intervalo considerable. Cerca de dos minutos. Un camión cisterna me hizo sudar a mares. Me deshice de mi casaca azul. Me la quité. Una vez que pasó el camión cisterna, el ruido seguía siendo ensordecedor. Corrí, y transpiré. Me demoré otro tanto.
Por un minuto pensé que no lo iba a lograr.
- ¡Esa gente!
- Qué hay Marcel.
Dedo y El Men me miraron desconcertados. Entonces aún eran casi unos niños.
- Ahí -dijo Marc- ¿qué planes?
- Nahh... Estábamos buscando algo qué hacer. -Dedo era sumamente flaco y su pelo era marrón y desordenado. Su cara era larga y graciosa. Vestía polos muy grandes y pantalones también muy grandes.- ¿Y ustedes, qué piensan hacer?
El Men se dedicaba a fumar cigarrillos y a andar todo el tiempo metido en la capucha de su sudadera marrón.
- Bueno. Nosotros íbamos a comprar, ya sabes. Algo de marihuana...
A Dedo se le iluminaron los ojos.
- ¿En serio?
- Sí... es solo que no tenemos suficiente dinero.
El Dedo miró a El Men. El Men siguió mordiendo su encendedor con la mirada perdida.
- Eh, ¡eh! ¿Y si yo pusiera lo que falta?
- Bueno, sería excelente.
- ¿Me darías mi parte?
- Claro que sí.
Creo que a Dedo le decían Dedo porque se tenía el dedo al culo...
- Bueno, bueno -dijo Dedo- pero yo no fumo mucho.
- Ni yo.
- Entonces vamos a mi casa. Ahí tengo algo de dinero. ¿Cuánto es lo que falta?
- Un minuto -dijo El Men.
- ¿Qué? ¿Qué sucede?
El Men no llevaba consigo aquella sudadera marrón, pero cuando la llevaba puesta se metía en su capucha y parecía ALF en aquel capítulo en el que se lo llevan a la NASA. Creo que era la primera vez que lo escuchaba hablar.
- Yo también voy a poner.
- ¿Qué? -Gritó Dedo- Yo no sabía que tú fumaras.
- Es igual. -Dijo El Men- ¿Cuánto tengo que poner?
- No lo sé -musité, mirando el parque.- ¿Cuánto es lo que va a poner cada uno?
Ambos me miraron desconcertados.
- Hagamos una cosa. Tenemos que reunir 35 soles. Marc pone 10, y yo pondré 10. Entre ustedes dos, pongan 15. Tomando en cuenta llamadas y todo eso.
Dedo y El Men se miraron.
- Escucha -propuso Dedo haciendo un ademán extraño con sus manos y con todo su cuerpo.- Van a comprar 10 dólares, no.
Marc y yo nos miramos.
- Así parece.
- Y si entre... El Men y yo... hacemos... 10 más.
- ¿Qué, 10 dólares más?
Marc y yo nos miramos.
- Asu, ¿tanta hierba?
- ¿Tú qué dices, Men?
El Men se había vuelto a meter su encendedor anaranjado en la boca.
- Creo que me parece bien.
Entonces tomamos el dinero y caminamos en dirección a su casa.
Llegó el día en el que tuve que meterme a ese asqueroso edificio, donde supuestamente ingresaría a la Universidad. En el transcurso de los meses que habían pasado ese año sucedieron muchas cosas. Me metí con Lucía. La conocí un día de fiesta en casa de unos tíos (creo que Lucía es una especie de pariente lejana, o algo por el estilo, pero ella no lo sabe, y sus padres tampoco lo saben) y luego terminé con ella. También me enamoré de una chica hermosa que sacaba copias en los alrededores de la Universidad Ricardo Palma mientras yo imprimía la primera parte de lo que era mi primer intento de novela. Tuve ganas de hablarle, pero no lo hice. Y en fin, no es nada importante y sería inútil hablar de ello.
Terminé de leer libros que me sirvieron como herramientas claves para escribir por primera vez una novela. Estaría ambientada en la década de los sesentas, en Estados Unidos. Y sería una especie de fantasía, de vivir en una época en la que me hubiera encantado vivir. Y empecé a vestirme como mis personajes y la gente empezó a mirarme extraño. Me volví vegetariano. Luego mis padres me enviaron a vivir arriba. Pensaron que estaba loco. Aproveché al máximo mi soledad para escribir a mano mientras ellos pensaban que yo estaba estudiando. Luego subirían la PC y sin decirle nada a nadie pasé en limpio aquellos primeros capítulos.
Finalmente un día pasó lo que tenía que pasar, y me llevaron a aquel horroroso edificio que para mí sólo significaba otro gran pedazo de estableshment más hecho concreto. Me llevaron en carro y me desearon mucha suerte en la puerta.
- ¿Qué parte de “yo no quiero ingresar a la Universidad” no entendieron?
- Suerte, mi amor.
Amaba a mi mamá, aún la amo, pero entonces pensaba que ella nunca me iba a entender, y como máximo signo de desprecio y venganza y rebeldía hacia todo me limité a largarme de aquel lugar para siempre sin interesarme por nada en el mundo.
- ¿Qué pasó, Marcel?
Justo tenía que encontrarme con mi viejo en la entrada del pasaje donde quedaba mi casa.
- ¿Estuvo tan rápida la cosa?
- No estuvo nada, papá. -Le dije, muy serio.- Simplemente no lo di.
Fue la crisis más grande del mundo. Nunca vi a mis padres tan decepcionados conmigo. Como muestra de mi desinterés generalizado, subí y me dediqué a escribir todo lo que quedaba de aquel día de verano. A la mañana siguiente no me dirigieron la palabra.
Empecé a leer “Loca sabiduría, la historia de la generación Beat” que ellos mismo me habían comprado. Finalmente, después de leerlo en tiempo record, me convencí de que lo que había hecho era lo correcto. No iba a ser un universitario más; yo soy un artista.
Pero artista es un término muy usado, muy manoseado por todos. Yo una vez conocí a un tío horroroso que tintaba cuadros horribles y decía que era un artista. También hay tíos locos que hacen adornos raros con plástico y dicen que es arte. Por mi parte, yo siempre he pensado que las tres formas más importantes de arte son la literatura y la música. Todo lo demás está muy por debajo de estas dos ciencias puras.
Por otro lado, yo siempre me he considerado un instrumento que solo sigue un camino predeterminado en la vida. Un instrumento de Dios. Y esto es ser un artista. Pero lo que yo necesitaba en ese momento no era otra cosa que un buen paco de excelente hierba en mi haber. Así que llamamos a Pete, cara de Chulo, desde un teléfono público, un tanto alejado de nuestras casas.
- Aló, ¿Pete? ¿Pete?
- ¿Quién habla?
- Un amigo.
La comunicación estaba terrible. Se oían chasquidos y una especie de interferencia local.
- ¿Un amigo?
- Así es.
- Yo no tengo amigos.
Dedo y Marc estaban muy impacientes, El Men prendía otro cigarrillo sentado al borde de la vereda.
- Rayos, sólo quiero comprarte dos paquitos de diez.
- ¿Diez qué?
- Diez dólares, pues. Me dijeron que solo vendes en dólares.
- ¿Cómo te llamas?
- Marcel.
- ¿Dónde estás?
- Cerca al parque frente al colegio Santa María.
- ¿Cómo estás vestido?
- ¿Eh?
La máquina marcó un pito. Me apuré en meter otra moneda.
- ¿Qué como estoy vestido?
- Sí.
- Llevo un buzo, un polo blanco. Sandalias
- ¿Y qué más?
- Estoy con tres amigos. Uno lleva un bibidí y una ropa de baño, y también lleva sandalias.
- Okay, espérenme allí media hora. Frente al colegio Santa María.
- ¿Media hora?
- Sí... ¿20 no?
- Así es, 20.
- No demoro.
Colgué y nos dispusimos a esperar.
Invierno de 1996. Hablaba con Milagros en aquella academia tan horrible, un lunes cualquiera de un frío estremecedor. Ella era como un lunar en la clase, era una chica de verdad muy simpática de cuerpo delgado y una sonrisa enorme. No fumaba cigarrillos caros ni veía películas francesas todo el tiempo. Era más que otra cosa una chica muy simple y habladora, que conversó conmigo un par de veces antes de tomarme confianza. Luego me negué a dar el examen de admisión y (esto lo supe más tarde) ella ingresó en buen puesto. Su carrera era Medicina, siempre me habló de su vocación y yo le hablé de la mía. No sabía nada de literatura así que desde un principio estuvimos condenados a hablar de otra cosa. Luego, un martes sin teléfono de noviembre, angustiado de leer siempre lo mismo, la busqué a su casa por la noche. Nunca había hecho tal cosa, sin embargo conocía un tanto el lugar. Su casa quedaba en una esquina de Miraflores y era un lugar muy bello, de ventanas grandes y un pórtico. Algunas luces iluminaban la entrada.
- Hola.
- ¿A quién busca?
- Busco a Milagros.
El papá de Milagros asintió.
- Claro, por supuesto.
Se fijó en la hora. El viejo parecía despistado y cojo. Llevaba, si mal no recuerdo, la ropa del trabajo y un periódico. No sonreía. Adentro, el ambiente era agradable, se respiraba otro tipo de aire y había un reloj sumamente viejo que podía ver desde la entrada. Todo lo demás era como blanco y dorado.
- ¿No crees que es un poco tarde?
Yo estaba despeinado y sucio. Todavía me vestía como hippie.
- Son las nueve -balbuceé.
- Sí, ya lo sé. -El viejo me dio la espalda.- Espera aquí un momento.
Y creo que entró buscándola.
Era un auto deportivo blanco. Se estacionó en la esquina que daba justo frente al parque y me hizo una seña, creo que apenas me vio me reconoció.
- Pete.
- ¿Cómo estás?
Le entregué los veinte dólares.
- Muy bien, hermano.
Pete, cara de chulo, me entregó dos bolsitas llenas de cocaína. Era mucha cocaína brillante. Había otro tipo, al que creo no vi o no me fijé bien pero que con seguridad llevaba el pelo rubio hasta los hombros y estaba demasiado drogado.
- Pete, te has equivocado.
- ¿A qué te refieres?
Pete estaba muy apurado.
- Lo que yo te he comprado es marihuana no esta porquería.
Pete, cara de chulo, se ofuscó.
- Mira, huevón, esta no es una porquería de mierda, es la mejor coca de Lima imbésil.
El otro tío, el que cabeceaba, susurró:
- Ahhhhh...
Pete, cara de chulo me metió en el deportivo blanco y aceleró la marcha. Casi no alcancé a hacerle una seña a mis amigos.
- ¿Y ahora?
- Mierda, ¿quieres marihuana, ah? En serio no quieres las bolsitas... son de primera huevón.
Me sentí muy confundido.
- Yo lo único que quiero es fumar.
Abrí una de las bolsitas y caté la calidad del producto.
- ¿Qué tal?
- No siento mi lengua.
- Buena, ¿no?
El tío que cabeceaba se reía y repetía palabras como un loco.
- ¿Qué le pasa?
- Se ha metido un trip.
- Oh, ya veo.
- Mira, ¡huevón! Mira lo que hago por ti. -Pete, cara de chulo, gritó- Iré a casa de un amigo cerca a la avenida Aviación. Allí conseguiremos tu hierba, ¿okey?
- Sí, muy bien Pete.
- Hijo de puta. No me digas Pete. Dime tío.
- Okey, tío. -Y en seguida, al otro sujeto- Oye, hermano, cómo es que se siente estar en trip.
- Piugishoy2isyh82yxknkkjapk{a.
- Ya veo.
Pasamos junto a una Pathfinder. Pete fumaba cigarrillo tras otro. En seguida cuadró en una esquina y se metió con un espejo y con una cañita un par de rayas. Bajó del deportivo blanco y me dijo que tuviera cuidado con el loco.
Tocó el timbre de una casa de rejas negras. Un par de señores de edad salieron. Negaron la presencia de alguien. Pete, que en realidad en ese momento tenía una cara de chulo terrible, se puso sus anteojos de sol y esperó detrás del auto. Los señores de edad abandonaron el lugar en un Ford de antaño. En seguida salió alguien de la casa. Estaba en pijama. Pete y él acordaron algo. El tipo se metió en la casa y Pete terminó de fumar su cigarrillo.
- ¿Qué pasó?
- Viene con el paco.
El tipo de la casa salió apurado con una bata encima. Se metió al carro y celebró el estado de su amigo, el chico del ácido. Luego me enseñó el paco.
- ¿Qué te parece?
- Hummm, se ve muy buena pero creo que por veinte dólares es poco.
El tipo de la bata rió.
- Le parece poco.
Todos rieron. Pasamos por un parque que nunca había visto en mi vida. El tipo de la hierba buena pero escasa prendió un enorme cigarro de marihuana. Todos fumamos. El parque donde estábamos había sido hacía poco, según contaron ellos, escenario de una emboscada brutal. Habían allanado y perseguido allí mismo al antiguo proveedor de hierba de la zona. Muchas camionetas Pathfinder y muchos polis sueltos. Muchas llamadas telefónicas por cobrar y muchos cableados por donde se escaparon voces. Terrible, pero era lo que más les convenía a ellos a la larga. Muy pronto no tuve duda de nada.
- ¿Y qué dices?
- Me la llevo.
- Excelente.
El tipo de la bata me dejó su número para el futuro. Se llamaba Gabriel. Bajó del carro con su pijama, sus sandalias y su bata. Se había guardado las bolsitas de cocaína en uno de sus bolsillos, inmediatamente se largó a su casa. A mí Pete, cara de chulo, me insultó antes de bajar de su deportivo blanco por haberle ocasionado tantas molestias. Yo le dije:
- Vamos, Pete, mi intención no fue molestarte.
Pete, cara de chulo, lanzó gritos aún más fuertes desde la ventana de su deportivo color blanco. Me dijo púdrete chibolo huevón, hijo de puta, reconchetumadre, afeminado de mierda.
- Paz y amor -le indiqué, con una seña.
- Y feliz Navidad ¡conchetumadre!
- ¡Oye, Marcel!
Supongo que yo era la última persona que ella esperaba ver.
- A los años.
Milagros me proporcionó un efusivo abrazo. Por un segundo creí no estar tan solo en el mundo.
- ¿Cómo estás? -Le pregunté.
- Bien, muy bien. ¿Y tú?
- Ahí. ¿Qué estabas haciendo?
- Estudiaba un rato.
Milagros se acomodó el pelo y sonrió. Me miró con un par de ojos soñadores.
- ¿Y qué te trae por aquí?
- Nada, sólo quería saber cómo estabas.
- Escuché que no diste el examen...
- Lo perdí.
- ¿Cómo que lo perdiste?
- Es que llegué tarde.
Milagros se sentó en una de las gradas. Esperó un par de minutos y luego rió.
- No te creo.
- Es cierto.
Milagros se mordió una uña. Habló un par de minutos de gente que conocíamos en común. Todos habían ingresado a la Universidad. La verdad, el examen de admisión no era un reto para mí. Finalmente le dije que me sentía muy solo.
- No sé qué hacer -dije.
Milagros estiró sus brazos hacia el cielo infinito y las estrellas. Un poste de luz nos iluminaba con un extraño color blanco.
- Todos nos sentimos solos. Siempre.
Esa no era una respuesta.
- No sé. Milagros, tú no entiendes. Yo realmente estoy solo en el mundo.
Por una de las ventanas de su casa todavía podía ver el ambiente de allí adentro.
- Es una cena. Mi mamá y unas amigas suyas del colegio...
- Claro...
- A qué te refieres con eso de que estás solo, Marcel.
- No sé. Estoy muy jodido y loco.
Milagros movió su cabeza de un lado a otro, dijo:
- No. No es verdad.
- ¡Es cierto!
- Nada más lo dices porque te gustaría que fuera verdad.
- ¡No!
- Claro que sí, Marcel. -Y en seguida, Milagros continuó.- A ti te gustaría ser como esos escritores a los que lees. Te gustaría estar demente e ir al psiquiatra. Te gustaría drogarte mucho hasta perder el sentido. Te gustaría estar, como tu dices, jodido y loco...
Me pregunté hasta qué punto Milagros me conocía de verdad.
- En ese caso, aún puedo intentarlo...
- ¿A qué te refieres?
- Milagros, yo te necesito.
Alguien debía recoger los pedazos rotos caídos del piso.
- No es cierto. Tú necesitarías a cualquiera que te haga sentir mejor.
Finalmente su viejo se dio cuenta que me había quedado sentado en las gradas de la puerta de su casa y me pidió que me fuera.
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